Tuesday, February 18, 2014

Las habichuelas mágicas

Esta semana, con un poco de retraso, llegamos al número tres de nuestra lista de aviones "diferentes". Y este puesto le ha correspondido al MacDonell XF-85 "Globin". Este extraño avión era un caza parásito pensado para proteger a los bombarderos B36 y que era transportado en el interior del mismo. La idea de la USAF era que este avión embarcado pudiera dar escolta al bombardero que lo transportaba en caso de un ataque de los cazas enemigos.

El XF-85 era un aparato diminuto con forma de huevo y unos estabilizadores cuando menos peculiares. Fue construido y probado en 1.948 pero las performances eran inferiores a los de los cazas con los que hubiera debido enfrentarse. Esto, añadido a la enorme dificultad de volver a engancharse al trapecio del que se soltaba hicieron que el proyecto fuese rápidamente abandonado.

 Se construyeron dos prototipos que volaron siete veces con un tiempo total de vuelo de 2 horas y 19 minutos. Tan solo en tres ocasiones se consiguió volver a enganchar el avión al trapecio de recogida.

El único piloto que lo voló fue el piloto d e pruebas de McDonell Edwin Scotch.


Ambas unidades acabaron en museos, uno de ellos en Wright-Patterson (Ohio) y el otro Startegic Air and Space Museum en Ashland, Nebraska.

A pesar de su extraño aspecto volaba razonablemente bien y la USAF, a pesar de la cancelación, todavía siguió estudiando el concepto de caza parásito con nuevos proyectos aún mas extraños.

Aquí os dejo un interesante video de nuestro XF-85 "Globin" donde puede apreciarse que volver a engancharse en la pértiga no era cualquier cosa.



Con la entrada de cada nuevo año, uno suele hacer propósitos de todo tipo orientados a mejorar aquellos aspectos de nuestra vida que, durante el año anterior, no nos han dejado plenamente satisfechos. Naturalmente este no podía ser una excepción y quien más quien menos ha preparado su libreta de buenos propósitos.

Como no podía se menos yo también he hecho lo propio pero desgraciadamente en mi libreta se repiten año tras año las mismas buenas intenciones, por lo que ya no me molesto en apuntarlas.

Una de mis buenas intenciones recurrentes es la de aprender a decir que no. Esto, aunque a muchos os parezca una tontería, es un símbolo de una madurez que por lo que se ve, y a pesar de mis años, yo aún no he llegado a alcanzar.

Una de las primeras cosas que deberías de tratar de aprender rápidamente cuando empiezas a trabajar en una empresa es a decir que no. Esto no significa que debas de convertirte en una persona indisciplinada o rebelde, pero si debes de conocer cuando alguna orden o directriz que recibas sobrepasa los límites de lo que tú consideras razonable. Y no me refiero tanto al contenido o el alcance del trabajo que te encarguen que para ti, como buen profesional que eres, deben de resultarte indiferentes, si no a esa sutil presión a las que muchas veces nos vemos sometidos por parte de nuestros jefes, o de nuestros clientes, en base a la cual nos vemos obligados a adoptar soluciones técnicas que pueden resultar catastróficas, en algunos casos, y ruinosas en la mayoría, pero que se justifican en aras de los plazos o de los costes.

Ese tipo de decisiones, de malas decisiones,  las suelen tomar personas que se sienten profundamente orgullosas de su gran visión del mundo y del negocio, pero que luego nunca son responsables de nada si las cosas salen mal.

Y es ahí, a partir de esa presión sutil o declarada cuando tú, que eres quien tiene que llevar el producto a la práctica, empiezas a cometer errores. Y a ti no te los van a perdonar.

Cuando te toca vivir situaciones de ese tipo estás tentado de dejarlo todo y tirar la toalla, porque sabes muy bien que estás haciendo un mal trabajo y tarde o temprano se pondrá de manifiesto. Pero el miedo a perder tus posibilidades de ascenso o, en el peor de los casos tu empleo, hacen que agaches la cabeza y sigas adelante confiando en que la Diosa Fortuna se acuerde de ti y te permita terminar el proyecto sin dejarte demasiado pelos en la gatera.

Por eso mucha gente que empieza su vida profesional con gran fuerza e ilusión deciden, al poco tiempo, que les gustaría pasarse al lado de los que toman las decisiones sin arriesgar nada. Pero dado que eso solo les es concedido de manera natural a los TAYS, el resto de los mortales no tienen ninguna posibilidad de acceder a ese selecto grupo, por lo que la única alternativa que les queda es empezar a buscar sin descanso las "habichuelas mágicas".

Como recordareis del cuento, Jack consigue trepar por la planta de habichuelas llegando al país de los gigantes donde consigue hacerse con el ganso de los huevos de oro y el arpa mágica viviendo feliz y sin pasar penurias el resto de su vida.

Las habichuelas mágicas representan en el mundo real esa idea genial que te permitirá ganar un montón de dinero y que además te granjeará el respeto y el reconocimiento de tus jefes.

En el entorno de una gran empresa esas ideas geniales se plasman en forma de patentes. El camino para conseguir una patente es largo y tortuoso. Comienzan por el aspecto más básico, esto es, poner en un papel los detalles de tu idea. Hasta ahí la cosa va bien, pero luego esa documentación se envía al Departamento de Patentes de tu empresa de donde, al cabo de un tiempo, regresa convertida en un galimatías indescifrable escrito en un lenguaje extraño y esotérico mas propio de un leguleyo del siglo XIX que de una persona de nuestro tiempo y adornada con unos dibujos que parecen hechos por un dibujante de comics.

Y pronto comprendes que todo este tema está en manos de abogados que se dedican a analizar y dilucidar si tu idea entra en conflicto con alguna otra patente presentada con anterioridad por otra empresa. Naturalmente estas persona para hacer su trabajo se apoyarán en ti, para lo cual te pasarán un montón de patentes ya existentes para que las estudies y les ayudes a detectar posibles conflictos y, en su caso, buscar la forma en que la patente debe de presentarse para eliminar dichos obstáculos.

Llegados a este punto aún consideras que todo es normal y razonable, pero cuando te empieza a entrar la risa floja es cuando te pones a estudiar las patentes que te han pasado. Para empezar todas ellas están escritas en ese lenguaje absurdo del que antes hablábamos que es lo mas parecido que verás nunca a la jerga que seguramente empleaban los buhoneros medievales, por lo que llevará un tiempo entender de que trata la patente. Pero lo mas divertido aparece cuando te das cuenta de que la inmensa mayoría de ellas se refieren a ideas y aplicaciones absurdas que no soportan el más mínimo análisis técnico y que desde el primer momento se ve claramente que no funcionan. Pero a pesar de ello están patentadas.

Te podrás encontrar desde móviles perpetuos de primera especie hasta artilugios curiosos en el que su autor ha tratado de cubrir con la patente cualquier aplicación posible de la misma aunque se esté refiriendo al mismísimo invento de la rueda.

Algunas de ellas rozan lo grotesco pues, sea cual sea el tema de que se trate, se podrían haber reducido al "Patento algo que nos sé si funciona, pero sirve para todo".

Cuando transmites tus inquietudes a tus compañeros del Departamento de Patentes esto te dirán:

- "No te preocupes por si tu idea funciona o no, lo único que te debe de interesar es si la podemos patentar".

 Naturalmente tu te revolverás y clamarás pidiendo una explicación razonable.

- "Mira chico" - te dirán- "en realidad las patentes solo sirven para intercambiarlas en caso de conflicto con la competencia, por otra de ellos que nosotros hayamos infringido. Por eso, cuantas más tengamos mejor"

Aquello te dejará bastante decaído porque en tu simple intelecto no cabe la idea de que las patentes solo sirvan para cambiar cromos entre empresas como tu lo hacías de niño con los de los jugadores de fútbol o de béisbol. Pero como al final no te toca a ti pelear ese problema, cierras los ojos y firmas la patente pensando que ya solo te queda sentarte a esperar los réditos de tu invención.

Pero puedes seguir esperando el resto de tu vida porque tan solo recibirás como resultado unas monedas a final de mes como premio a tu iniciativa y a tu ingenio.

Quizás pienses:

- "Bueno, a lo mejor la próxima vez tengo más suerte"

Pero puedes estar seguro de que no.

Un pensamiento:
Las buenas ideas no ayudan a que el mundo sea un lugar mejor. Las buenas acciones si.

Nos vemos.

Sed buenos.


Visita www.dip-solutions.com para ver a que nos dedicamos.


No comments:

Post a Comment