Wednesday, May 22, 2013

The dragon and the princess

We reach the top of our list and today we get to number five. Here we find Igor Ivanovich Sikorsky (1889-1972). This Ukrainian who emigrated to the U.S. in 1919 (nationalized in 1928) founded the Sikorsky Aircraft Corporation where he designed the first major oversea seaplanes for Pan American Airways. However, his name will always be associated with the development of the first operational helicopter. His work culminated with the VS-300, the first free flight took place on 24 May 1940. His successor, R-4 was the first mass-produced helicopter in 1942.


















Therefore in my list, number 5 goes to Sikorsky.

As a follower of our blog you know, that our best weapon is always the irony, but today we will talk about a sensitive issue with which not everybody will agree.

Today we will talk about the rules and their impact on engineering problems in the real world.

El dragón y la princesa


Entramos en la parte alta de nuestra lista y hoy llegamos al puesto número cinco. En el se encuentra Igor Ivanovich Sikorsky  (1.889 - 1.972). Este ucraniano que emigró a Estados Unidos en 1.919 (nacionalizándose en 1.928) fundó la Sikorsky Aircraft Corporation donde diseño los primeros grandes hidroaviones trasatlánticos para la Panamerican Airways. Sin embargo su nombre estará siempre asociado al desarrollo de los primeros helicópteros operativos. Sus trabajos culminaron con el VS-300, cuyo primer vuelo libre tuvo lugar el 24 de Mayo de 1.940. Su sucesor el R-4 fue el primer helicóptero fabricado en masa en 1.942.

















Vaya pues mi número 5 para Sikorsky.

Aunque los que seguís nuestro blog sabéis que nuestra mejor arma es siempre la ironía, hoy vamos a tratar un tema bastante delicado con el que no necesariamente todos estaréis de acuerdo.

Hoy vamos ha hablar de la normas y su impacto en los problemas de la ingeniería del mundo real.


Las normas, y en esto si espero que coincidamos todos, son fundamentales en muchos aspectos, desde regular las relaciones entre los individuos o los países, hasta uniformizar los tornillos o las resistencias que empleamos en nuestra vida cotidiana como profesionales, porque nos facilitan un marco de referencia con el cual todos sabemos a que atenernos y que, en definitiva, mejora nuestro trabajo. Este tipo de normas son una gran herramienta que permiten el intercambio de ideas y productos dentro de unas coordenadas comunes para todos. Hasta aquí nada que objetar.

Pero, en algunos casos, esto que parece tan razonable lleva dentro la semilla de la perversión (lo que llamaríamos el huevo de la serpiente). Lo que se presenta como algo beneficioso para el desarrollo de tu actividad puede convertirse, en manos de las personas equivocadas, en una losa que nos arrastre a un mundo de mediocridad y uniformidad ajeno al espíritu con que, hipotéticamente, se concibieron.

Me quiero referir, en concreto, a las normas de diseño que se siguen en casi todas las áreas de la ingeniería. En especial, y perdonadme la particularización, a las de uso normal en el sector aeronáutico aunque estoy absolutamente seguro que todo lo que aquí digamos es perfectamente aplicable a otras ramas del conocimiento con matices menores.

Cualquier actividad humana está sujeta al error. Ello es absolutamente normal porque hacemos cosas. Tan solo hay un grupo de individuos que nunca se equivocan. Los que no hacen nada. Admitido esto, un objetivo fundamental es conseguir reducir el número posible de errores de nuestros diseños al mínimo, sobre todo cuando la vida de otros depende de ello.

Hace algún tiempo leí en Internet unas declaraciones de un directivo de la NASA que, en un arranque inaudito de sinceridad, y supongo que después de tomarse un par de copas, afirmó que los Estados Unidos serían incapaces hoy en día de volver a poner un hombre en la Luna. Ni que decir tiene que no se trataba de un problema de falta de conocimientos técnicos. Simplemente las normas se lo impedirían.

Parodiando lo que decía, llegabas a la conclusión de que la cápsula debería ir recubierta de plomo para que los astronautas no se vieran expuestos a las radiaciones del espacio,  y que, debido a los factores de carga exigidos, dicha cápsula debería ir reforzada con vigas de acero. Y así todo lo demás.

En aquellos momentos me acordé de Neil Armstrong (al que tuve el privilegio de ver, siendo joven, poniendo el píe en la Luna), de  Buzz Aldrin y de Michael Collins y todas aquellos centenares de personas que habían dado un paso al frente para responder a un reto gigantesco el cual, a algunos de ellos, podría incluso llegar a costarles la vida (como así ocurrió con los astronautas del Apolo 1 Virgil Grissom, Edward White y Roger Chaffee). Y me entristecí. ¿Donde había quedado aquel espíritu?, ¿donde estaban los sucesores de aquella gente?. Y me dí cuenta de que la magia había desaparecido. Los burócratas dominaban el mundo.

Cualquier gran organización humana, una vez alcanzado cierto tamaño crítico, adquiere vida propia. No sé porque sucede, ni como sucede, pero es así. Al decir que adquiere vida propia me refiero al hecho de que empieza a funcionar como un organismo autónomo en el que las personas empiezan a perder protagonismo. Esto es aplicable a las grandes empresas, pero también a cualquier otra gran organización que os imaginéis  desde el Ejército, hasta la Administración pública o una ONG. Y es, en ese instante, cuando aparece el dragón.

Recordad el proverbio chino:
"No desprecies a la culebra porque no tenga dientes, pues puede que crezca y se convierta en dragón"                     
(P.L. "Proverbios para cualquier ocasión" Tomo 1º)

Llegado ese momento la organización fagocita a sus integrantes y trata de que las personas sean un elemento consumible de la misma, como lo son la tinta de las impresora o el papel de las fotocopiadoras. Y para ello crea normas. Las normas deben permitir a la organización un funcionamiento autónomo. Si consigue que las normas regulen todos los aspectos de la actividad (da lo mismo que sea el comportamiento o la ingeniería) cualquier persona podrá desempeñar cualquier trabajo. Todo el mundo será prescindible y se podrá recambiar un individuo por otro de la noche a la mañana. Para hacer su trabajo solo tiene que seguir lo que marque la norma.

En términos sencillos, se trata de conseguir que hasta el más tonto haga relojes.

Existen dos tipos fundamentales de normas en la ingeniería, las que se aplican "a priori" y las que se aplican "a posteriori". Hasta hace unos años casi todas las normas eran del segundo tipo. Es decir, tu haces un diseño y tienes que verificar que cumplen una serie de parámetros de calidad y performances determinados. Un ejemplo típico podrían ser las normas que se refieren a los requisitos ambientales en los que ha de trabajar un equipo. En ellas, y según las características de la unidad de que se trate, tienes que asegurar su perfecto funcionamiento dentro de un rango de temperaturas, de unos factores de cargas y vibración, de unas ciertas condiciones de alimentación. Además deberás de asegurar su compatibilidad EMI/EMC con otros equipos, su resistencia a las descargas eléctrica y un sinfín de cosas mas. Y esto no solo parece muy razonable, sino que lo es. Evidentemente todos estos requisitos  condicionan tu diseño, pero en ningún caso te fijan como tienes que hacer el mismo.

Pero desde hace algún tiempo se han empezado a publicar normas que funcionan "a priori" (de estas hablaremos en otra ocasión) y que te dicen como tienes que hacer las cosas para que sean aceptables por el sistema. Y ahí es donde empiezan los problemas, porque afectan directamente a la creatividad.

Ya que en el fondo soy un poco romántico, a mí me gusta imaginarme la creatividad como una de esas princesas de las películas de animación de la factoría Disney, alegre y altanera. Frágil en apariencia, pero decidida y fuerte ante el peligro, es capaz de enfrentarse al dragón, aunque sepa que no podrá vencerlo.

Las normas de diseño están para tratar de minimizar los errores, detectarlos y corregirlos. Pero el problema es que cuando un error escapa a todos los controles la respuesta no está en poner aún mas normas si no en aplicar el sentido común.

Os pongo un ejemplo: en 1.999 la nave de exploración Mars Climate Orbiter, sonda lanzada por la NASA, se volatilizó en la atmósfera de Marte. La explicación mas aceptada es que el Equipo de Control de Misión enviaba las correcciones usando el sistema anglosajón de medidas, mientras que los ordenadores de la nave los interpretaban en el sistema métrico decimal. ¿Como es posible que algo así escapara a cualquier supervisión?

La respuesta es que diseñar sistemas "Idiot Proof" es imposible. Es simplemente una quimera.

La solución está en mejorar la comunicación entre los técnicos, eliminar burocracia y trabajar en equipos pequeños y controlables. Esto tampoco garantizaría el éxito pero reduciría el número de meteduras de pata. Vivir es peligroso, puedes salir a la calle y caerte una teja encima, pero no por eso te vas a quedar encerrado en tu casa todo el día.

No me cabe ninguna duda que el avión mas seguro que existe es el que no sale del tablero de dibujo (y eso suponiendo que hayamos redondeado los bordes del papel para que nadie se corte). Pero eso, no es ningún consuelo. Los aviones deben de volar y ser todo lo seguros que seamos capaces de hacerlos, y nuestra obligación es luchar para que así sea. Y las normas deberían estar para ayudarnos a ello y no para dar trabajo a los burócratas.

Esta es una cuestión delicada y debería ser objeto de un serio debate por parte de las autoridades implicadas.  No se trata de relajar las normas, sino de aplicarlas con criterios racionales.

Pero perded toda esperanza, el dragón no lo permitirá porque le va en ello la supervivencia.

Un pensamiento:
Si diseñas un sistema "Idiot proof" la naturaleza se encargará de crear un idiota mejor.

Nos vemos.

Sed buenos.



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